DÍA 2
Nos levantamos hacia las 10 de la mañana en casa de Javi, y al asomarnos por la ventana, nos dimos cuenta de que no había sido un sueño, y que estábamos en Helsinki. Esa imagen toda nevada con los arbolitos y los edificios nos impactó muchísimo (de hecho, es lo único que íbamos a ver a partir de ese momento).
Salimos de la casa dirección a la estación de tren para regresar a la Railway Station de Helsinki, y poder tomar el tren que nos conduciría a Kuopio y luego a Iisalmi. ¡La de cosas que podían salir mal!. Escaleras mecánicas rotas y la imposibilidad de bajar una maleta de 26 kg. Fueron momentos angustiosos.
Una vez instalados en el tren, lleno de comodidades y de rubios de ojos azules y RAPADOS (sí, con el frio que hace y no tienen un pelo de tontos), eran las 11.30 y no habíamos comido nada, fuimos por turnos al vagón restaurantes y los precios nos quitaron el hambre. Primero Alba y Ángel, y cuando fue Berta, vio algo que la dejó sin aliento: ¡HABÍA ZONA DE FUMADORES!. Con el corazón que se le salía del pecho corrió a llamar a Alba, y ambas fumaron un cigarro que supo a gloria, con el pequeño inconveniente de que aquella "sala" para fumadores era un cubículo sin ningún tipo de ventilación, lleno de gente a reventar, y que apenas se podía respirar. Aún así, visitaron aquel lugar unas cuantas veces más. Los trenes en Finlandia son bastantes curiosos, tienen para enchufar cosas, como el portátil que tanta compañía nos está haciendo, o el móvil o en nuestro caso móviles, porque ya tenemos dos. Tienen también bolsitas que tu coges para echar tu basura. Y van rápido, a pesar de estar todo nevado. Eso sí, los paisajes preciosos. Tuvimos un momento de angustia, cuando el tren hizo una parada y de pronto, comenzó a ir hacia atrás. Por un momento pensamos, ¡oh no, estamos volviendo!¡nunca llegaremos a nuestro destino!. Luego comprendimos que iba bien, que el tío sabía lo que hacía.
Tras casi 5 horas de tren, llegamos a Kuopio, y aquí viene el mayor momento de angustia del día. Bajamos del tren, con dificultad por las maletas y esas cosas. Sólo había dos andenes, pero como nuestro manejo del finlandés todavía no es muy bueno, preguntamos a una mujer que allí se encontraba, si el otro tren era el que iba a Iisalmi, y nos respondió que no sabía, que fuesemos a la estación que estaba más abajo. Cabe destacar que el tiempo del que disponíamos para hacer el trasbordo de trenes era de 5 minutos, y que los finlandeses son asquerosamente puntuales. Pues allí que bajamos, maletas en mano a preguntar, y a lo que el tío nos contesta que el otro tren era el que teníamos que coger, echamos a correr como si nos fuera la vida en ello, y vemos al tren empezar a moverse. Aquí hay dos versiones de lo que pasó. Según Ángel, se agarró al tren y lo hizo parar, gracias a su poder sobrenatural de parar trenes. Lo que pensamos que pasó en realidad, es que el señor conductor del tren vio a tres personas corriendo, con sendas maletas a cuestas, medio congelados, y maldiciendo en un idioma que desconocía, y pensó que sería bonito parar. Y así lo hizo, gracias a ese conductor hoy estamos sanos y salvos en casa. Tras una horita más de tren, llegamos al destino final: Iisalmi. Allí nos esperaban Sabi, Mammu, y otra chica. Eran nuestras tutoras, las que nos llevaron al Hostel donde nos íbamos a hospedar. Cabe destacar que para salir de la estación había que cruzar las vías del tren, maletas en mano y con palmo y medio de nieve. Al llegar, nos sorprendimos de que no era tan horrible como nos lo habían pintado. Vale se ve anticuado, pero está muy bien, y además estamos los tres solos la primera semana porque los demás vienen más tarde. Después de deshacernos de las maletas, nos llevaron a comprar provisiones al Citymarket de Iisalmi. Un supermercado vaya, un Mercadona o un Supersol de toda la vida. Después de gastarnos 75 euros en la compra volvimos al Hostel y empezamos a deshacer las maletas y colocar las cosas en la habitación. Bueno, Alba no, porque todavía no tenía la maleta. Después comprobamos que la conexión a internet funcionaba bien, y nos conectamos como locos. Nos percatamos de que la dueña del Hostel, Kiki, no estaba, y que no aparecería hasta el día siguiente. Nos hicimos uns sandwiches mixtos, de esos como en España, pero en Finlandia. Bueno fueron dos, porque no habíamos comido nada en todo el día. A todo esto, eran las 6 de la tarde y ya era noche cerrada pero cerrada que te daban hasta ganas de irte a dormir. El que sí que tenía ganas de irse a dormir era el personajillo que nos encontramos, un viejete borracho perdido, chocándose por las paredes. Alba cree firmemente que es un alto cargo del ministerio finlandés que está aquí de incógnito, pero no hemos resuelto el misterio. El caso es que el tío no paraba de preguntar (en perfecto finés de borracho) que donde estaba ¡la tualet la tualet! y nosotros ¡no sé no sé!. El tío decidió acostarse con la luz encendida, encima de la cama solamente tapado con una sabanilla. El pobre daba penilla, le íbamos a apagar la luz pero decidimos que no.
Cuando fue una hora decente para cenar, Berta preparó burritos, asegurando que sólo cocina burritos a la gente muy especial. Estaban bastante buenos, y más con el hambre acumulada que llevábamos.
Descubrimos con horror que no se podía fumar dentro del Hostel, así que cada hora y media más o menos Alba y Berta salen a fumar en pijama y chaquetón a la puerta.
Y hasta aquí el día 2.
Nos levantamos hacia las 10 de la mañana en casa de Javi, y al asomarnos por la ventana, nos dimos cuenta de que no había sido un sueño, y que estábamos en Helsinki. Esa imagen toda nevada con los arbolitos y los edificios nos impactó muchísimo (de hecho, es lo único que íbamos a ver a partir de ese momento).
Salimos de la casa dirección a la estación de tren para regresar a la Railway Station de Helsinki, y poder tomar el tren que nos conduciría a Kuopio y luego a Iisalmi. ¡La de cosas que podían salir mal!. Escaleras mecánicas rotas y la imposibilidad de bajar una maleta de 26 kg. Fueron momentos angustiosos.
Una vez instalados en el tren, lleno de comodidades y de rubios de ojos azules y RAPADOS (sí, con el frio que hace y no tienen un pelo de tontos), eran las 11.30 y no habíamos comido nada, fuimos por turnos al vagón restaurantes y los precios nos quitaron el hambre. Primero Alba y Ángel, y cuando fue Berta, vio algo que la dejó sin aliento: ¡HABÍA ZONA DE FUMADORES!. Con el corazón que se le salía del pecho corrió a llamar a Alba, y ambas fumaron un cigarro que supo a gloria, con el pequeño inconveniente de que aquella "sala" para fumadores era un cubículo sin ningún tipo de ventilación, lleno de gente a reventar, y que apenas se podía respirar. Aún así, visitaron aquel lugar unas cuantas veces más. Los trenes en Finlandia son bastantes curiosos, tienen para enchufar cosas, como el portátil que tanta compañía nos está haciendo, o el móvil o en nuestro caso móviles, porque ya tenemos dos. Tienen también bolsitas que tu coges para echar tu basura. Y van rápido, a pesar de estar todo nevado. Eso sí, los paisajes preciosos. Tuvimos un momento de angustia, cuando el tren hizo una parada y de pronto, comenzó a ir hacia atrás. Por un momento pensamos, ¡oh no, estamos volviendo!¡nunca llegaremos a nuestro destino!. Luego comprendimos que iba bien, que el tío sabía lo que hacía.
Tras casi 5 horas de tren, llegamos a Kuopio, y aquí viene el mayor momento de angustia del día. Bajamos del tren, con dificultad por las maletas y esas cosas. Sólo había dos andenes, pero como nuestro manejo del finlandés todavía no es muy bueno, preguntamos a una mujer que allí se encontraba, si el otro tren era el que iba a Iisalmi, y nos respondió que no sabía, que fuesemos a la estación que estaba más abajo. Cabe destacar que el tiempo del que disponíamos para hacer el trasbordo de trenes era de 5 minutos, y que los finlandeses son asquerosamente puntuales. Pues allí que bajamos, maletas en mano a preguntar, y a lo que el tío nos contesta que el otro tren era el que teníamos que coger, echamos a correr como si nos fuera la vida en ello, y vemos al tren empezar a moverse. Aquí hay dos versiones de lo que pasó. Según Ángel, se agarró al tren y lo hizo parar, gracias a su poder sobrenatural de parar trenes. Lo que pensamos que pasó en realidad, es que el señor conductor del tren vio a tres personas corriendo, con sendas maletas a cuestas, medio congelados, y maldiciendo en un idioma que desconocía, y pensó que sería bonito parar. Y así lo hizo, gracias a ese conductor hoy estamos sanos y salvos en casa. Tras una horita más de tren, llegamos al destino final: Iisalmi. Allí nos esperaban Sabi, Mammu, y otra chica. Eran nuestras tutoras, las que nos llevaron al Hostel donde nos íbamos a hospedar. Cabe destacar que para salir de la estación había que cruzar las vías del tren, maletas en mano y con palmo y medio de nieve. Al llegar, nos sorprendimos de que no era tan horrible como nos lo habían pintado. Vale se ve anticuado, pero está muy bien, y además estamos los tres solos la primera semana porque los demás vienen más tarde. Después de deshacernos de las maletas, nos llevaron a comprar provisiones al Citymarket de Iisalmi. Un supermercado vaya, un Mercadona o un Supersol de toda la vida. Después de gastarnos 75 euros en la compra volvimos al Hostel y empezamos a deshacer las maletas y colocar las cosas en la habitación. Bueno, Alba no, porque todavía no tenía la maleta. Después comprobamos que la conexión a internet funcionaba bien, y nos conectamos como locos. Nos percatamos de que la dueña del Hostel, Kiki, no estaba, y que no aparecería hasta el día siguiente. Nos hicimos uns sandwiches mixtos, de esos como en España, pero en Finlandia. Bueno fueron dos, porque no habíamos comido nada en todo el día. A todo esto, eran las 6 de la tarde y ya era noche cerrada pero cerrada que te daban hasta ganas de irte a dormir. El que sí que tenía ganas de irse a dormir era el personajillo que nos encontramos, un viejete borracho perdido, chocándose por las paredes. Alba cree firmemente que es un alto cargo del ministerio finlandés que está aquí de incógnito, pero no hemos resuelto el misterio. El caso es que el tío no paraba de preguntar (en perfecto finés de borracho) que donde estaba ¡la tualet la tualet! y nosotros ¡no sé no sé!. El tío decidió acostarse con la luz encendida, encima de la cama solamente tapado con una sabanilla. El pobre daba penilla, le íbamos a apagar la luz pero decidimos que no.
Cuando fue una hora decente para cenar, Berta preparó burritos, asegurando que sólo cocina burritos a la gente muy especial. Estaban bastante buenos, y más con el hambre acumulada que llevábamos.
Descubrimos con horror que no se podía fumar dentro del Hostel, así que cada hora y media más o menos Alba y Berta salen a fumar en pijama y chaquetón a la puerta.
Y hasta aquí el día 2.
No hay comentarios:
Publicar un comentario