domingo, 14 de marzo de 2010

DÍA 57: ESTOCOLMO

Día 57

Despertamos a las 7 de la mañana, hora finlandesa, por lo que nos volvimos a acostar. No sé de quién fue la idea de bajar a desayunar tan temprano, pero me jodió bastante.

Bajamos al buffet del desayuno, pagamos y entramos. Nos sentamos Alba y yo solas en una mesa porque los demás se olvidaron de nosotras. Tomamos un desayuno ligerito: café y zumo, bacon, albóndigas, fiambres, yogur, fruta. Desayuno sano donde los haya.

Terminamos y nos fuimos a nuestro camarote, para prepararnos para la visita turística a Estocolmo.

A eso de las 9.30 el barco paró y nos bajamos, tomamos tierra y nos fuimos a coger el metro. Sellaron nuestra tarjeta de Estocolmo y nos subimos una parada, nos bajamos y el mismísimo estaba más perdido que su puta madre. Nos llevó por el camino equivocado, subiendo y bajando las escalaras más largas de la historia. Una vez fuera del metro, cogimos un autobús. Y el conductor no era otro que el doble de Pau Donés. Así que le recordamos cantándonos una Flaca, a lo que un hombre, viejete, pelo blanco, nos dice: "anda, Pau Donés". Y pensamos, juer, internacional a tope Jarabe de palo. Encontes se acerca y nos saca el móvil y nos dice "¿sabéis quién es este?" y nos enseñó una foto de él con el cantante de M-Clan, entonces dedujimos que el hombre sueco no era. El tío decía que era el manager de Jarabe de palo y de M-Clan, no sabemos si creerlo o no, pero hace ilusión encontrar españoles por el mundo. Era un matrimonio que habían venido a ver a su hija que estaba estudiando en Estocolmo. Valencianos. Se despidieron con un "no comáis mucho pescaito frito", y nos bajamos del bus.

Llegamos a un museo donde había un barco vikingo, que contaban la historia de Vasa o algo así. Muy interesante todo, ameno.

Tras la visita nos dividimos. Las rusas se fueron por un lado y nosotros nos fuimos a ver el museo Nobel, bastante aburrido y que provocó la ira de la enterailla local.

Vimos una imagen curiosa, cienes y cienes de personas uniformadas haciéndose fotos en una plaza, una especie de graduación o algo así pensamos que sería.

Entonces nos fuimos de compritas por la calle de las tiendas. Y nos volvimos a dividir, las polacas y los dos rusos por un lado con el mismísimo, y Alba y yo con los niños.

Fuimos al museo medieval, dimos paseitos por la ciudad y acabamos comiendo en McDonalds.

Nos fotografiamos en la puerta del Zara de Estocolmo.

Nos fuimos a comprar comida para por la noche y compramos tabaco. 4.50€. Muerte y destrucción, pero un día es un día.

Volvimos a la plaza donde habíamos quedado, y nos esperaban 45 min de caminata hasta el metro, pues el mismísimo Louis no quería coger autobuses, por si nos perdíamos.

Nos encontramos en el metro a unos argentinos, pero no les hablamos ni nada, que nos daba cosilla.

Casi cogemos el metro equivocado, se conoce que el Loius estaba más perdido que otra cosa, pero al final conseguimos llegar al puerto sanos y salvos.

Entonces, ya en el barco, la gente se fue a dormir. Yo lo intenté con todas mis fuerzas, pero no pude, así que me fui a ver atardecer a la cubierta. Me quedé con las ganas, pues se cubrió el cielo de nubes y lo único que hice fue darme un paseo y cigarrito. Volví a la habitación pero seguían duemiendo, así que me duché y me fui a ver tiendas. Luego otro paseo para comprar bebida, y cuando digo bebida digo Salmiakki. Luego me fui con Ángel a comprar chocolate, que se le antojó.

Entonces llegué a la habitación, Alba despertó y nos fuimos a cenar otra pasta con carbonara.

Al volver a bajar a los camarotes empezó nuestra noche con un chupito de Salmiakki. El resto, aunque confuso, es cuanto menos una locura.

Chupito de Salmiakki, otro y otro, y sidra. Nos fuimos a la habitación de los chicos, y Alba empezó a darle ella sola al Salmiakki, y dale y dale que ya solo quedaba media botella. Yo con sidra y cerveza, y en general cualquier cosa que me daban.

Entonces nos encontramos con los rusos, el hijo de Vladimir Putin y los de las gafas de sol.

Varias subiditas a fumar, nosé en qué momento se nos acabó el tabaco, pero la gente nos daba y liábamos cigarros, todo era felicidad. Sevillanas en los pasillos.

En la puerta de la habitación de los austriacos, sentadas en el pasillo y bebiendo, Ángel tirándonos patatas, patatas hechas mijillas en el suelo. La gente pasando y nosotras apartándonos como podíamos, la botella de Salmiakki acabaica, hartica de vivir, Alba se la terminó sin que me diera cuenta.

Subimos a fumar y vimos a un trabajador del barco, que al vernos con el cigarro en la boca nos dijo en inglés: "hay sitio para fumar arriba" y le dijimos que sí, que a eso íbamos. Se nos quedó mirando con cara de buena persona, sonrisilla pícara, y le comenté a Alba: "pues míranos y ríete". Alba se rió, y el personajillo, con acentillo del sureste europeo, dijo: "¿habláis español?". Nos quedamos flipadas, el tío rumano y hablando en nuestra lengua. Fantástico.

Fumando, nos encontramos con los rusos, que nos dijeron que si por favor les podíamos cantar nuestro himno nacional. Y ahí que se nos ve, ciegas perdidas, en la zona de fumadores, gente pasando y nosotras sin vergüenza ninguna, entonando el himno español. Luego les tocó el turno a ellos, y nosotras intentando también imitarles, pero el ruso es una lengua que todavía no dominamos del todo.

Bajamos y otra vez nos quedamos sin sitio en la habitación de los austriacos, y realmente, para que el Peppi se tire toda la noche diciéndome fulana comepollas, prefiero sentarme trannnquilamente en el pasillo. Y así lo hicimos. Y entonces aparecieron: dos rusos más, esta vez sin gafas y con caras de tontos. Uno nos preguntaba que porqué estábamos en el pasillo, que si queríamos ginebra, que si nos íbamos a su habitación. El otro avergonzaico perdío, le decía a su compañero "vámonos que no tienes nada que hacer" y el otro le contestaba "espera, espera, que aún caen". A lo mejor, oye. Pasaron unas cuantas veces más, pero ya pasando de ellos, y cuando nos fuimos a fumar y nos siguieron, nos pidieron un cigarro, tuvimos que decirle a Simon que nos protegiera, pues el miedo se apoderaba de nosotras.

Entonces llegó el momento de ir a la discoteca, y allí que le tiramos con Tom, Rufinillo y las rusas. Llegamos al piso 12 y podíamos elegir dos caminos: por dentro del barco o por fuera, para llegar a la disco. Elegimos ir por fuera, con la suerte de que nos encontramos un carrito de la compra, y Alba se subió y yo la llevé, ante la impresionada mirada de los demás.
Llegamos al sitio y unos seguratas nos miraron con cara de matar, así que dejamos el carrito y se lo llevaron a una esquina.
Subimos, y solo al ver que no estábamos demasiado ciegas, a pesar de lo que habíamos bebido, decidimos ir en busca de más alcohol a la habitación de los austriacos. Allí nos encontramos con Simon y Richard, y tras un hábil "hui que sed me ha dado de repente", nos sacaron unas latillas de Lapin Kulta que nos tomamos fumándonos un cigarrito y bailándoles unas sevillanas. Volvieron los rusos de las gafas, y nos hicimos más fotos con ellos, más majos que otra cosa. Y otra vez nos fuimos a bailar. Como no nos habíamos terminado las cervezas, nos sentamos en un pasillo trannnquilamente y le comentamos a Richard que su nombre en España es, cuanto menos, merdelloncete. "Aaaay con er Richi". Más o menos así, y otro al que no se le entiende cuando habla. Pero bueno, llegamos a la planta de la discoteca y ya en este punto estábamos harticas de vivir, nos echamos al suelo a hacer breakdance, cantando, bailando y de repente, sin previo aviso, se nos acercan dos chicas: las chicas PINTADAS COMO PUERTAS, las mismas del autobús. "¿Vosotros sois los españoles?, ¿Conocéis a Heli?"
Un momento, ¿qué Heli?.
Resulta que la niña no era otra que la mismísima hija de Heli, con una amiga, 15 y 16 años respectivamente, vestidas y maquilladas como furcias, perreando a tope. A esto que coge la chavala y llama a su madre, y me la pasa, y yo ahí a las 3 de la mañana, ciega perdida, entre Suecia y Finlandia en un barco, hablando con la mismísima Heli. Lo que me dijo, un misterio.
Ya cuando iban a cerrar la discoteca, decidimos volver a los camarotes. La gente fue desapareciendo poco a poco, nos quedamos Simon, Peppi, Richard, Rufi, Tom, Alba y yo, y el carrito de la compra. Otra vez carreritas por la cubierta, fotos, frío. No quedó ahí la cosa, llevamos el carrito hasta el camarote, lo dejamos en el pasillo. Queríamos acostarnos, pero una fuerza superior nos lo impedía. Esto es, los tíos mierdas estos salidos, y sus ganas de fiesta. Nos encerraron en el cuarto y no nos dejaban salir, que si fulana por aquí, que si comepollas por allá, que si ponte a limpiar. Me tuve que poner seria, mirada de matar, y sólo así pude escapar, salimos Alba y yo corriendo tirándonos por los pasillos y conseguimos llegar al cuarto, silenciosamente porque Madre dormía, nos acostamos pero seguían llamando a la puerta. Me sumí en un sueño profundo, solo interrumpido por los casquetes de hielo que acariciaban suavemente el barco cada poco tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario