5º día de viaje, Rovaniemi-Kemi-Iisalmi
Despertamos en Rovaniemi, a eso de las 9. A lo mejor habíamos ido a la sauna, a lo mejor. Cris si fue, pero nosotros despertamos sin David y por lo menos yo, con resaca.
Bajamos a desayunar, colacaito con crispis, tostadas, yogures, fruta, etc. Mu rico tó. Terminamos de hacer las maletas y luego bajamos a conectarnos un rato. Salimos y David nos alcanzó, venía de pasar la noche con la chica madrileña. Fuimos al supermercado a comprar, primero a uno que no tenía muchas cosas, así que nos fuimos al Supermarket de toda la vida, a comprar algo de comer y el salami de reno. Después de la compra, y tras comprobar que de nuevo podía utilizar mi tarjeta de crédito, nos volvimos al hostal a coger las maletas y nos dirigimos a la estación. Estaba hasta el mismísimo de las sidras, 24 latas a cuestas, que vale que eran baratas. Al final, lo barato sale caro. Espalda rota por lo menos.
Y el tren llegó, cada vez quedaba menos para el fin del viaje, pero no quería pensar en ello. Nos montamos y buscamos un sitio donde sentarnos, osease, el vagón restaurante. Entonces Cris cayó en una cosa: los billetes, aunque fueran de Interraíl, debían haberlos sacado antes de subir al tren, y se pusieron nerviosotes pues no sabían si iba a servir y si el revisor les iba a permitir viajar en esas condiciones. ¿Qué podían hacer? Se escondieron en el baño hasta que les di un toque, señal de que el revisor ya había pasado. Volvimos todos a nuestros asientos y esperamos a llegar a nuestro destino: Kemi, la ciudad del castillo de hielo. Cuando llegamos, hicimos tetris hasta que las maletas cupieron en dos taquillas de la estación, y tras comprobar que habían hecho el gilipollas escondiéndose del revisor en el cuarto de baño, nos pusimos en busca del castillo de hielo. Cuando lo encontramos, nos hizo más ilusión el inmenso lago helado que se extendía delante de nuestros ojos, y no desperdiciamos la oportunidad de homenajear a nuestro querido Dios, Use, y hacerle un muñeco de nieve a imagen y semejanza. Tras una hora o así de hacer el capullo en la nieve, nos dirigimos al castillo en cuestión, y cuando nos percatamos de que la entrada eran 8 euros, ni los intentos fallidos de Juan por colarse nos levantaron el ánimo. Pero aún así intentó colarse, aunque tuviera que significar abandonar el grupo y perderse en una ciudad desconocida. Dibujamos nuestros nombres en las paredes heladas y nos pusimos a buscar un sitio donde comer. Al final acabamos en el suelo, sentados comiéndonos nuestras ensaladas y bollitos y muertos de frío, con los pies calados yo por lo menos, al borde de la cianosis y la amputación. Entonces descubrimos que estábamos apoyados en la pared del hospital de Kemi, y que dentro había cafetería, así que entramos y nos tomamos un café y Juan se pidió una magdalena que tardó como media hora en comerse, y es que él “va a su ritmo”. Después de filosofar acerca de cuántos cafés hacen falta para morir, nos fuimos dirección a la estación, para coger el tren que nos llevaría a Iisalmi.
Tuvimos que sentarnos separados, pues el tren era pequeño e iba medio petado. Nos sentamos al lado de unas niñas David, Rodro y yo, y tras varias coñas de picos entre los chicos, las niñitas no paraban de reírse, y cuando David se puso a deleitarnos con sus frases maestras en finlandés, las niñas estaban al borde del orgasmo. A la pregunta ¿Cuánto queda, da tiempo a Lick un pussy?, decidimos que David estaba teniendo una de sus embolias, pero lo dejamos pasar. Entonces un hombre nos preguntó si nosotros en nuestra casa también poníamos los pies encima de los sofases, le dijimos que sí que es costumbre en España, pero no nos creyó y nos echó miradas asesinas, a pesar de que él apestaba a alcohol. Está feo destrozar el mobiliario sí, pero tú morirás de cirrosis.
Entonces el tren anunció la llegada a Iisalmi. Estaba contenta de volver a casa, y más tan bien acompañada. Llegamos y encontré a gente nueva en el hostel, holandesas por la cara que a día de hoy aún no sé de donde han salido. Deshicimos un poco las maletas y nos pusimos a preparar la cena mientras los chicos se duchaban: pasta con tomate, todo un clásico. Cenamos y vimos vídeos chorras, chorrísimas. Y salimos un rato, a eso de la 1 de la mañana, hora española por excelencia. Fuimos a Cave, y allí estaban Josef, Sabina, Ansku, Marko, Simon, y más gente. Y lo más importante: la mesa de blackjack. La de veces que la he visto e ignorado, pero claro el efecto novedad, y sabiendo el historial que llevaban con las máquinas tragaperras, no es de extrañar que le dedicaran toda su atención a la crupier y a las cartas, a pesar de que no hablaba ni papa de inglés. Nos tomamos una sidrita y unas cervecitas y estuvimos un rato conversando amenamente con la gente, pero nos fuimos al poco tiempo porque estábamos reventados.
Y llegamos al hostel, nos repartimos las camas, David, Cris y Juan en mi cuarto y Rodro y yo en el de Ángel. Tras el show de tener que meter el sofá-cama en el cuarto, nos fuimos a dormir, a soñar con angelitos y embolias.
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