Viernes, Día de las risas.
Nos levantamos pronto, el examen era a las 8.15, pero resulta que nuestra querida Heli nos recogía en el hostel, pero aún así nos levantamos a eso de las 6 para dar el último repaso a los apósitos y las demencias. No sé por qué extrañá razón, dormir 4 horas y tener un examen tan próximo, estimula nuestra risa, y el caso es que estábamos en la cocina, riéndonos a carcajadas, tomándonos nuestros crispicillos, con el pobre Tom amargaito, sin ganas de vivir ya, poniendo caras raras y al Simon igual.
Nos acordamos del "¡AWELOOOO, échese pa la esquina que le dé un manguerazo a la jaula, que luego los servicios sociales no me dan la paga!". Sublime.
El caso es que empezamos el día con alegría, con ánimos, y realmente nos hacían falta.
Llegó Heli a recogernos y nos pusimos rumbo a Savonia. Llegamos y nos fuimos para la clase, a prepararnos psicológicamente para lo que venía.
Nos repartió el examen y una por una fui leyendo las preguntas, no me parecían difíciles, las fui contestando, nerviosa, pero sin prisa. Salí del examen bastante contenta, a pesar de lo poco que estudié y de que todavía no me encontraba del todo bien.
Entonces hicimos tiempo hasta la hora de la comida, las 10.30, pues a las 11 nos íbamos con Heli al centro de discapacitados, de visita.
Comimos tranquilamente y nos encontramos a Heli que nos llevó al lugar en cuestión. Recordamos con nostalgia cuando, de pequeñas, cuando veíamos a alguien con síndrome de Dawn nos daba miedo. Aquello lo único que daban eran ganas de llorar, gente malita, pero malita de verdad. Una lástima, estuvimos viendo las instalaciones y a los enfermos, y entonces llegó la hora del baile. Todos, y todos sabemos que es así, cuando vemos una persona con algún problema de ese tipo que tiene cara rara o hace ruidos raros o se mueve de forma rara nos reimos, no por que nos haga gracia su enfermedad, sino porque es gracioso lo que hacen. No es como los locos, que están locos y normalmente hacen cosas ridículas solo para llamar la atención. No quiero ofender a nadie (Cris, espero no ofenderte, que sé que eres la única que me lees de vez en cuando), pero la hora del baile fueron los 40 minutos más divertidos de mi vida. Te ves a una tía, que perfectamente podría ser una de ellos, pues su cara era un poema, haciendo un baile ridículo sentados todos en corro, moviendo manos y pies, unos pegándose, otros babeando, otros en fase Pitito QUÉ, otros kjcnsmmhsile (no sé escribir esa onomatopeya en cuestión). Es bonito ver como se lo estaban pasando bien, porque se les notaba contentos. Al principio nos intentábamos aguantar la risa, pero cuando vimos a nuestra queridísima Heli partiéndose el ojete, no resistimos la tentación y carcajada parriba, carcajada pabajo. Discreto, eso sí, que pareciera que nos lo estábamos pasando en grande. Y realmente lo estábamos, y ya cuando nos pusieron el "Que viva España" instrumental, y el baile se asemejaba al arte del ordeño de la vaca, solo deseaba que terminara esa tortura. Y terminó, y nos marchamos, y fue subir al coche y estallar de la risa. Quizás sea de malas personas, pero yo me lo pasé bien y lo siento si obré mal.
El caso es que volvimos al hostel, y nos echamos una siesta de esas que hacen historia, 4 horitas para estar bien descansadas para la noche. No sin antes vernos un capitulito de Lost.
Cuando despertamos, nos fuimos a comprar, pues estábamos bajo mínimos, y vinimos cargaicas de comida y cosas ricas, entre ellas, carnecita precocinada comprada en Ciymarket, para una cena en condiciones, y es que la pasta se nos sale ya por las orejas. Unas aceitunitas, un poco de pan, y un capítulo de perdidos disfrutando de unos muslitos de pollo y unas costillitas la mar de ricas. Duchita y empezamos a beber.
Una sidrita detrás de otra, un Beefeater tras otro, nos fuimos contentando y con musiquita de fondo, estábamos contentas, radiantes, bellas porque estábamos guapísimas.
Y salimos, rumbo Cave.
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