Día 34
Este maravilloso día tocaba un poquito de Cultural Awareness, nuestra primera clase de este curso de mierda. Podíamos decidir si ir a las 8.15 o a las 14.15, pero nos decantamos por la primera ya que después había actividades que hacer.
Llegamos a la universidad y tras encontrar la clase (ardua tarea, no os creáis), nos posicionamos en nuestros asientos. Nos dividieron en grupos, con tan mala suerte que era la única que estaba sola y no tenía a nadie de su país para comentar lo que iba pasando. Pero Alba corrió peor suerte: le tocó sentarse al lado del mismísimo Raíces, se conoce que ese día no tocaba ducha.
Hora y media hablando de gilipolleces, y tras acabar, hicimos tiempo hasta que abriera la cafetería, para comer, a las 10.30. Nos deleitaron con patatas cocinadas de 3 formas diferentes. Estaban buenas, pero chavales de Savonia, innovad un poquito.
De vuelta a casa pegaba un solecito rico, amenizamos el camino con cánticos y bailes, innovando por un nuevo camino, paralelo a las vías del tren. Pasamos por debajo de un puente, y nos acordamos de cuando pensábamos que éses habría sido el puente en el que habríamos dormido si no llega a ser por nuestras queridísimas tutoras.
Llegamos a la resi y empezaron de nuevo las amenazas hacia mi persona, que me estuviera preparada para lo que se avecinaba. Que sustito madre.
Pero tenía otras cosas en las que pensar: la bolera. A eso de las 12.30 me encaminé hacia dicho lugar donde esperaban tutores, algún que otro profesor y compañeros de la resi. Estuvimos jugando un par de horas, se conoce que al día siguiente las agujetas iban a ser sonadas.
Tras la bolera, comprita en Maxi con mi colega Simon, tenía que comprar papel de liar porque no nos quedana y estábamos agobiadísimas.
Ya en el hostel, me hice de comer-merendar-cenar, no sé muy bien que fue eso, pero era una pasta de sobre bastante rica, que aliñé con algo de picante. Debo tener una úlcera del tamaño de mi puño, pero todo sabe mejor con paprika.
Entonces hice algo impulsivo: echarme la siesta. Mi primera siesta en Finlandia, y qué bien me sentó. Pero Alba me despertó la perraca, odia que la gente duerma y ella no.
Por la tarde llegaron Markus y Sabina y algún que otro tutor más, y es aquí cuando viene la mayor putada del siglo.
Me llega la Alba toda sonriente y me pide si le puedo dejar unas bragas. Claro que sí, le comento. A esto que subimos a la habitación, y tras registrar mi cajón de la ropa interior, me doy cuenta de que no tengo bragas. Qué raro, pensé. No tanto.
Bajamos a la cocina, Alba cámara en mano, y entre risas me dieron MIS bragas, echas un bloque de hielo las sacaron del congelador. Que graciosillos, hijos de puta. Os la devolveré, ya van dos.
Pasó una cosa muy graciosa, y es que estaban en la cocina el chico de Holanda y Alba y más gente, pero ellos son los importantes. Estaba puesto el Spotify, y en esto que el susodicho le pregunta a Alba: ¿a tí te gustan los toros?, a lo que Alba contestó: no, yo a esos no los conozco.
Resulta que el muchacho no debe hablar el mismo inglés que nosotras, porque no se le entiende una mierda cuando hablar. Tom si alguna vez lees esto, aprieta la boca cuando hables chulo.
Entonces llegó la hora de salir. Las rusas no salieron, porque una estaba mala, y otra es un tumor que le sale del costado. En verdad no, me caen bastante bien las chiquillas.
Un poquito de Cave y luego un Aleklubi, me hinché de beber. Y no hay más que contar, nos fuimos para casa, comimos algo y nos acostamos, reventaicas perdías.
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