domingo, 21 de febrero de 2010

DÍA 40

Día 40

Torstai.

Nos levantamos tarde y reventaicos, ya que salimos el día anterior, pero decidimos previamente no ir a la escuela. Ángel innovó haciendo la comida: pasta estilo Peppi, con carne picada, cebolla tomate, picante y demasiado vinagre para mi gusto. Pero estaba bastante rica al fin y al cabo. Por la tarde estuvimos sin hacer nada, yo con mis planchas mientras estos se dedicaban a dormir y la música sonaba.


Recibimos la visita de Anni y Ansku, que nos invitaron a ir más tarde a casa de ésta última.

Me bajé a la cocina, a charlar un rato con mi querido padre cuando alguien apareció en escena: el mismísimo profesor de inglés, a ver a las polacas, que para no perder la costumbre le sacaron unas galletitas y un té. Así no conseguireis libraros de él nunca chicas.

La quinta polaca en cuestión se entretuvo repartiendo dulces polacos entre nosotros, muy bueno que estaba. Alba se comió como 5 u 6.

A eso de las 7 le fuimos tirando Ángel y yo para casa de Ansku, pasando antes por el Maxi a comprar la cena. Cuando llegamos nos los encontramos a los 3, Ansku, Anni y Marko en evidente estado de inanición, ya que por todos es sabido que su hora de cenar había pasado hacía 3 horas. Así que preparamos la cena: salchichas con cebolla, paner varios con queso de untar y patatillas, que no falten con la salsa esa pestosa pero que qué rica está. Amenizamos la cena viendo Crepúsculo, que todavía no tengo muy claro si al final la tía se convierte en vampira, o si se la folla, no lo sé y creedme que prefiero no saberlo.

Tras la peli en teoría nos íbamos, pues mi intención era ir de mañana al hospital al día siguiente. Pero entre unas y otras cosas nos dieron las 3 de la mañana viendo vídeos chorras, escuchando música y hablando de los planes que teníamos de cara al fin de semana, saliendo a fumar cada media hora, tupakointi!, fui invitada a casi todos los cigarros.

Cuando decidimos marcharnos, comprendí que era mejor dejar el hospital para la tarde, así que nos pusimos en camino y nos abrimos el paquete de queso para amenizar el camino de vuelta a casa. Cuando llegamos, Ángel perdió su llave y estuvo como un cuarto de hora buscándola desesperadamente. La encontró, y yo aproveché para fumarme el último cigarro del día, pensando en lo que había pasado, en lo que iba a pasar, en lo que dejamos atrás y en lo que está por venir. No sé, me dio por filosofar un rato, y luego ya me acosté muertica de sueño.

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